EL HOMBRE LOBO.
A mediados del siglo XIX, el miedo recorrió Europa. La leyenda
hablaba de un hombre lobo que asesinaba a mujeres y niños en la lejana y
misteriosa Galicia. Manuel Blanco Romasanta, el primer asesino en serie español,
reconoció nueve de los 17 asesinatos de los que se le acusó en el
juicio. Luego se supo que Romasanta era, en realidad, hermafrodita. La
fotógrafa Laia Abril reconstruye desde una novedosa perspectiva femenina
la historia del asesino en serie más enigmático y sanguinario de la
historia española en Lobismuller.
«La idea del proyecto se me pasó por la cabeza por primera vez hace tres años, cuando cayó un artículo en mis manos. Era una investigación de unos antropólogos que defendían una tesis nueva: que Romasanta era, en realidad, intersexual. Es decir, que no era un hombre, como siempre se había pensado hasta ahora. Me pareció una nueva perspectiva forense muy interesante que aportaba un giro a la historia. Siempre que se habla del hombre del Unto, la historia se cuenta desde el punto de vista masculino o de las víctimas, de los asesinatos que cometió. Así que me propuse abordarla desde otro lado. El hecho de que alguien, por primera vez, se atreva a poner encima de la mesa el tema del hermafroditismo me pareció muy estimulante. Toda la historia, en realidad, lo es. Sólo hay que pensar en el contexto: Galicia, una aldea aislada, el año 1830... si ya es complicado entender los casos de hermafrodistismo o intersexualidad hoy en día, no quiero ni imaginarme lo que debía suponer encontrarse con algo así en la Galicia rural del siglo XIX», explica Abril.
Las pruebas, en realidad, estaban ahí. En el registro bautismal está reflejado que Manuel, en realidad, nació como Manuela, aunque a los ocho años le cambiaron el nombre. «Imagina por lo que tuvieron que pasar los padres y los curas, que son los que al final hicieron efectivo el cambio de sexo, hasta llegar a tomar esa decisión», reflexiona la fotógrafa. Lo más probable es que Romasanta creciese desde la infancia marcado por el trauma de ser un «monstruo» y, teniendo en cuenta la época y el ambiente, que llegase a la edad adulta estigmatizado.
Bien, ¿y cómo se aborda todo eso desde un libro de fotografía? ¿Cómo se plasma visualmente una historia cuando del protagonista no hay imagen alguna? «Existen muchos elementos», cuenta Laia, «los documentos del juicio, los artículos de la época, el folclore... me fui a Galicia con la idea de fotografiar el paisaje que formó parte de la vida de Romasanta con distintras intenciones semióticas, femenina y masculina». La primera parte del libro expone los hechos con un enfoque más antropológico y la segunda, muchos más oscura, está teñida de rojo sangre, en alusión a los crímenes. «Mi intención era fotografiar desde un punto de vista subjetivo, ¿cómo debía ver él la realidad?». La tercera parte también está trazada desde la primera persona y es la del despertar. Romasanta confesó que le sobrevenían ataques de locura cuando se convertía en lobo que le llevaban a matar. ¿Qué ocurría cuando volvía en sí y se daba cuenta de lo que acababa de hacer? «Pues me imagino que llorar. Esa parte es más delicada, hay más blanco, la quise hacer más femenina... y es ahí donde en el libro surgen las leyendas, la magia y las supersticiones gallegas».
Por el camino hay interrogantes: ¿era Romasanta una mujer o no? Fue sastre y tendero, medía sólo 1,37 metros y algunos escritos hablan de que tenía rasgos femeninos, pero ¿de dónde sacaba la fuerza para cometer los atroces asesinatos? Sabemos también que sabía leer, que viajaba mucho, y que fue capaz de engañar a varias mujeres a las que luego asesinó a sangre fría. Laia, que en el libro esboza su complejo retrato psicológico, cuenta que en el juicio, en 1852, Romasanta fue condenado al garrote vil pero Isabel II le indultó en el último momento porque dos etnólogos franceses que vieron en él el primer caso de licantropía europeo quisieron estudiarle.
¿Qué hubiera ocurrido si Romasanta no hubiera nacido hermafrodita? ¿Cómo afectó el descontrol hormonal, la incomprensión y el rechazo social a su identidad y personalidad? ¿Quién se escondía detrás de la bestia? ¿Existe la licantropía o es una enfermedad mental? «Bueno, eso depende», afirma Laia. «Hay gente que cree en los fantasmas...»
«La idea del proyecto se me pasó por la cabeza por primera vez hace tres años, cuando cayó un artículo en mis manos. Era una investigación de unos antropólogos que defendían una tesis nueva: que Romasanta era, en realidad, intersexual. Es decir, que no era un hombre, como siempre se había pensado hasta ahora. Me pareció una nueva perspectiva forense muy interesante que aportaba un giro a la historia. Siempre que se habla del hombre del Unto, la historia se cuenta desde el punto de vista masculino o de las víctimas, de los asesinatos que cometió. Así que me propuse abordarla desde otro lado. El hecho de que alguien, por primera vez, se atreva a poner encima de la mesa el tema del hermafroditismo me pareció muy estimulante. Toda la historia, en realidad, lo es. Sólo hay que pensar en el contexto: Galicia, una aldea aislada, el año 1830... si ya es complicado entender los casos de hermafrodistismo o intersexualidad hoy en día, no quiero ni imaginarme lo que debía suponer encontrarse con algo así en la Galicia rural del siglo XIX», explica Abril.
Las pruebas, en realidad, estaban ahí. En el registro bautismal está reflejado que Manuel, en realidad, nació como Manuela, aunque a los ocho años le cambiaron el nombre. «Imagina por lo que tuvieron que pasar los padres y los curas, que son los que al final hicieron efectivo el cambio de sexo, hasta llegar a tomar esa decisión», reflexiona la fotógrafa. Lo más probable es que Romasanta creciese desde la infancia marcado por el trauma de ser un «monstruo» y, teniendo en cuenta la época y el ambiente, que llegase a la edad adulta estigmatizado.
Bien, ¿y cómo se aborda todo eso desde un libro de fotografía? ¿Cómo se plasma visualmente una historia cuando del protagonista no hay imagen alguna? «Existen muchos elementos», cuenta Laia, «los documentos del juicio, los artículos de la época, el folclore... me fui a Galicia con la idea de fotografiar el paisaje que formó parte de la vida de Romasanta con distintras intenciones semióticas, femenina y masculina». La primera parte del libro expone los hechos con un enfoque más antropológico y la segunda, muchos más oscura, está teñida de rojo sangre, en alusión a los crímenes. «Mi intención era fotografiar desde un punto de vista subjetivo, ¿cómo debía ver él la realidad?». La tercera parte también está trazada desde la primera persona y es la del despertar. Romasanta confesó que le sobrevenían ataques de locura cuando se convertía en lobo que le llevaban a matar. ¿Qué ocurría cuando volvía en sí y se daba cuenta de lo que acababa de hacer? «Pues me imagino que llorar. Esa parte es más delicada, hay más blanco, la quise hacer más femenina... y es ahí donde en el libro surgen las leyendas, la magia y las supersticiones gallegas».
Por el camino hay interrogantes: ¿era Romasanta una mujer o no? Fue sastre y tendero, medía sólo 1,37 metros y algunos escritos hablan de que tenía rasgos femeninos, pero ¿de dónde sacaba la fuerza para cometer los atroces asesinatos? Sabemos también que sabía leer, que viajaba mucho, y que fue capaz de engañar a varias mujeres a las que luego asesinó a sangre fría. Laia, que en el libro esboza su complejo retrato psicológico, cuenta que en el juicio, en 1852, Romasanta fue condenado al garrote vil pero Isabel II le indultó en el último momento porque dos etnólogos franceses que vieron en él el primer caso de licantropía europeo quisieron estudiarle.
¿Qué hubiera ocurrido si Romasanta no hubiera nacido hermafrodita? ¿Cómo afectó el descontrol hormonal, la incomprensión y el rechazo social a su identidad y personalidad? ¿Quién se escondía detrás de la bestia? ¿Existe la licantropía o es una enfermedad mental? «Bueno, eso depende», afirma Laia. «Hay gente que cree en los fantasmas...»
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